lunes, 25 de julio de 2011

Parte Tercera



Las palabras certeras son raíces que ansiosas se aferran a los cuerpos fértiles que buscan la verdad. Aquella conversación me acompañó a lo largo de muchos años: a la par que yo crecía, aquellas raíces también. Era cierto, lo llegué a comprender.
Sin embargo, durante ese proceso, él había desaparecido. Volvían los paisajes a su cotidiana soledad, sin su sombra surcando los campos. Nunca más pedaleé fuerte hasta verlo allá arriba, silencioso. Hubo un rumor en el pueblo acerca de su paradero. Decían que se había marchado a la profundidad del bosque para siempre, para no volver. Yo no conseguía deshacerme de las imágenes que trepaban en mi alma y no me dejaban en libertad. Él y su pelea en la nieve, él y sus palabras junto al río.
Al alba de una mañana de Junio, volví a coger la bicicleta del granero y con el sol aun perezoso en el rocoso paisaje, emprendí mi camino, mi búsqueda acerca de la historia de Óscar y su hermano. Acerca de aquel misterioso y solitario hombre que había empañado mis recuerdos y había dejado caer su cálido abrigo la noche junto al río. Vi la inmensidad del vacío, la infinitud de los campos y sólo se escuchaba mi respiración. Bandadas de pájaros revolotearon sobre mi cabeza y me impulsaron a pedalear más y más fuerte, hasta no poder respirar. ¿Acaso su huida era mi huida?, ¿acaso él habría volado con ellos?. No comprendía por qué me sentía tan sola y vacía. Al fin y al cabo, de él no tenía más que vagos recuerdos.
Cuando ya el sol quemaba mis hombros, había viajado hasta la frontera. Quizás viajar no sea la expresión correcta, puesto que los que viajan, tienen una meta, un lugar al que llegar. Yo, no sabía a dónde ir, no sabía a dónde había ido él. Me incorporé sobre la bici, descansando los pies en las matas secas. Mis manos estaban agrietadas y mi cuerpo, cansado. Paseando unos minutos más, me tumbé bajo un inmenso árbol y cerré mis ojos. La luz se filtraba entre las ramas, a lo lejos, apenas se veía el pueblo. Cuando desperté, el sol era menos intenso. Despegué mi cuerpo del tronco y al levantar la mirada, lo vi.
Allí estaba él. Sentado, con los brazos rodeando sus rodillas. El viento golpeaba dulcemente su camisa, de espaldas a mí. Sin cambiar el rumbo de sus ojos, no me miró. Continuó mirando al frente y murmuró:
-No debías de estar aquí, sola.
-Todos creímos que habías desaparecido. ¿Dónde estuviste?...
Estaba aturdida, con el pensamiento aun enmarañado por el calor y el sueño. Lentamente se giró…
Era él, él y sus profundos ojos negros. Luis.

Ilustración F.F.Sánchez
Relato Alicia Fdez.

lunes, 16 de mayo de 2011

Segunda Parte



No fue ni la primera ni la última de sus discusiones con algo superior a nosotros. Los años habían hecho mella en una espalda acomodada a luchar y ahora, más que nunca, se vencía a sus pensamientos.
Por ello, su gesto era distinto al caminar. El verano de 1987 había sido para el los peores meses de su vida, y siempre en un intento de seguir caminando intentaba hacer su vida lo más metódica y sencilla posible.
Todas las mañanas cogía la bicicleta y pedaleaba durante horas hasta llegar al cerro. Iba solo, pero yo, muchas mañanas lo perseguía, titubeando entre caminos indefinidos que mezclaban una arena gastada y una hierba seca. Por esos caminos de polvo y soledad, se le veía a él: encorbado y serio, con un gesto uraño a la luz del sol. Veía así los amaneceres más lindos que el pueblo permitía: un encendido sol dorado que trepaba detrás de las colinas y hacía tornar los campos de mil colores. Nunca llegó a subir al cerro, solía quedarse en las faldas. Descansaba la bicicleta en una roca y mientras él, caminaba casi siempre sin rumbo. Desde allí no se veía ninguna casa, nisiquiera ninguna persona. A veces, los animales hacían aparición y se producía un instante seco en el que yo, escondida detrás de los juncos, los observaba a los dos por igual, como si ambos comportamientos fueran igualmente inesperados. En la casa decían que él salía a tomar el aire.
Hinchaba sus pulmones en una ladera siempre frondosa, repleta de pequeñas florecillas cantarinas. Se escuchaban las hojas parpadear, los árboles crujir, los rayos quemar su piel. Entonces, aquel día comenzó a subir el cerro. Apoyaba sus gastadas manos en la roca, primero un paso y luego otro. No sé qué ocurrió allí arriba, no podía subir, pero cuando él bajó, tenía la cara tallada por dos surcos de lágrimas que habían quemado su piel. Cogió la bicicleta, y se fue a trabajar.
Decían que el pueblo lo acorralaba y que desde la muerte de su hermano, escapaba de todos sus recuerdos.
A mí me daba miedo pensar que en uno de sus viajes, no volviera: con sus andares curvados, con su cabeza algo cabizbaja y su gesto penetrante.
Una de las noches en las que salimos a dar un paseo tras la cena, fuimos al río. Hacía mucho frío, y sentados junto a la orilla, puso su abrigo sobre mis hombros. Las mangas, caían hasta casi mis rodillas, y él sonrió. Sentados con las luces del pueblo a lo lejos, tocó el agua fría del río con la yema de sus dedos. Después, me miró y me dijo: "¿Qué es lo que te lleva a tí a la colina?".
Yo aturdida, no sabía qué responder. Lo había estado persiguiendo durante días a escondidas, con una vieja bicicleta que guardábamos en el granero.
-Sé que vienes conmigo por las mañanas, te he visto escondida en las rocas.
Yo, no supe qué contestar, y el pánico se apoderó de mis labios, que enmudecidos, sólo atinaban a callar.
-Da igual lo que te digan. No se me hace el pueblo una jaula. No salgo a tomar el aire. Salgo a que el aire me tome a mí.
Y se echó a reir. Desde lo de Óscar, no recordaba su sonrisa, con unos grandes dientes blancos, casi nacarados.
-Eres muy pequeña, y no comprendes nada -dijo-, pero algún día tú si alcanzarás a saber que las personas no se van, las personas se quedan en el lugar que aman.

Ilustración F.J.Sánchez
Relato Alicia Fdez.

lunes, 25 de abril de 2011

Primera Parte



En el verano de 1987 una ola de frío extraña detuvo a todo el pueblo momentáneamente. Las aceras desiertas en su helor derramaban un agua decepcionada, desilusionada, eco de lo que alguna vez fue. En las hojas de los árboles, millones de estrellas pesadas hacían quebrar ramas al paso de las ráfagas de viento. Un clima fuera de sí, desubicado, que se había precipitado o descolocado. Un factor más irremediable de la inoportuna naturaleza.
Las playas solitarias hundían sus arenas en montañas de nieve y el agua, más densa que nunca, no se balanceaba ni rompía con furia en la orilla, sino que resignada al frío, intentaba contonearse en los resquicios libres que el hielo superficial permitía.
La gente del pueblo estaba atónita. Todos menos él. Una mañana, salió muy temprano hacia la orilla. No nos despertó a ninguno con su débil paso en el hogar, tal vez no quería que nadie lo viera. Así, sin más, se sentó en un pequeño trozo de arena el cual la nieve había respetado. Era curioso, verlo con el pijama y las mejillas sonrojadas aun adormecidas. Entonces, se levantó bruscamente y arañó la escarcha con sus dedos. Se adentró en el mar y comenzó a girar. Una y otra vez, primero suavemente, después como si de una danza liberadora se tratara. Agitó las piernas... y lo consiguió. El agua comenzó a fluir y destrozó parte de esa nieve que repentinamente le había robado el verano.
Yo no había conseguido dormir en toda la noche debido al frío, así que pude presenciar todo desde la ventana. Me apoyé en el alféizar sorprendida, después abrí la hoja y lo escuché. Gritaba algo, aunque no conseguía distinguir sus palabras. Después su risa invadió la mañana silenciosa.
Al regresar, sus pantalones estaban mojados y sus labios de un tono malva apagado. Traía los ojos con miles de centellas y las manos carmín, los nudillos arañados. Quizás presencié una pelea. Desde la calle, levantó su cabeza y me observó. No me dijo nada, creo que con su mirada visulmbré lo que quería decir. Aquello quedó entre nosotros dos.
Durante las siguientes semanas, los niños del pueblo decían que gracias a él había vuelto el verano. Otros, decían que era mago y había rescatado al mar del temporal. Yo, que jamás hablé de lo que observé, supe que estaba retando a Dios. Supe que se sentía vencedor. Quizás le arrebataran a su hermano, pero no le arrebatarían el verano.


Ilustración F.J.Sánchez
Relato Alicia Fdez.